Budismo es el nombre que se les da colectivamente a las diversas ideas filosóficas y religiosas derivadas del camino de liberación concebido en el siglo 6 a.C. por el príncipe norindio Sidarta Gautama, llamado el Buda, lo que significa ‘despierto’ o ‘iluminado’. En cuanto al budismo Advayavada, que fué establecido formalmente en 1995 como una nueva rama occidental del budismo Mahayana por el budista laico holandés Advayavadananda (John Willemsens, 1934), éste está derivado a su vez de las enseñanzas del gran pensador budista indio Nagaryuna del siglo 2 de nuestra era. ‘A-dvaya’ significa ‘no-dos’ en el sanscrito y ‘vada’ (literalmente ‘expresión’) significa aquí ‘doctrina’ o ‘ismo’.
Según el budismo Advayavada está perfectamente claro que el Buda no creía en la existencia de un dios creador ni en la del alma y enseñaba que el hombre sufre por no comprender y aceptar que las cosas son, de lo contrario, todas cambiables y perecederas sin excepción. El hombre organiza mal su vida, aferrándose a cosas y conceptos que equivocadamente considera permanentes, pero que no lo son. Este entendimiento equivocado de las cosas es causado por una sed existencial (trishna, tanha en el pali) que es producida por su visión errónea de la realidad, y dicha sed puede tomar muy fácilmente una forma más nociva: como codicia, envidia, indolencia, impaciencia o desconfianza ya constituirá un gran impedimento para mejorar la calidad de nuestras vidas.
El cumplimiento de las cinco reglas de conducta que son aplicables a todos los seguidores del Buda le permitirán al hombre, sin embargo, a poner freno a su sed existencial y a comenzar a eliminar la razón fundamental de su sufrir, es decir su visión errónea de la realidad. Las cinco reglas son no matar, no robar, llevar una vida casta, no mentir, y abstenerse del alcohol y las drogas. El cumplimiento de estas reglas dan al hombre la fuerza moral necesaria para emprender el sendero del medio del Buda que, evitando en primer lugar los extremos de la auto-indulgencia y la auto-mortificación, con toda seguridad le conducirá con tiempo al estado feliz de Nirvana.
Nirvana y el mundo fenomenal observable no son dos realidades distintas o dos aspectos distintos de la realidad. Nirvana es vivenciar el único mundo a nivel de la verdad absoluta (paramartha-satya), es decir de la verdad despojada de todos nuestros preconceptos, incluyendo finalmente los presentes, y significa, más importantemente, la extinción total del sufrimiento mediante nuestra más completa reconciliación con la realidad tal como es de verdad. Samsara, por su parte, es vivenciar el mismo mundo a nivel de la verdad convencional cotidiana (samvriti-satya) y es como resultado de la purificación de nuestra percepción del mundo fenomenal a nivel de la verdad convencional siguiendo el sendero del medio del Buda, que llegaremos a comprender el significado de la verdad absoluta.
El sendero del medio que deberemos seguir es concretamente el Noble Camino Óctuple que el Buda ya enseñara en su primera prédica en Sarnath, cerca de la ciudad india de Benares. El Noble Camino Óctuple, cuando es interpretado dinámicamente como lo hace el budismo Advayavada, es (1) el de nuestra mejor (samyak, samma) comprensión, seguida por (2) nuestra mejor decisión, (3) nuestra mejor enunciación, (4) nuestra mejor actitud, (5) nuestra mejor implementación o realización, (6) nuestro mejor esfuerzo, (7) nuestra mejor observación o reflexión, y (8) nuestra mejor concentración o meditación, lo que nos conducirá a un aún mayor entendimiento, y así en adelante. Nos adherimos así al avance para mejor de la totalidad de la existencia, rompiendo al mismo tiempo los grillos (samyoyana) que nos atan a Samsara.
El budismo Advayavada considera, en efecto, el progreso (pratipada, patipada) como la cuarta marca de la existencia, a la par con la mutabilidad y caducidad de las cosas y de la ubicuidad del sufrimiento enseñadas por el budismo clásico. Según el budismo Advayavada, el Noble Camino Óctuple refleja a nivel del hombre y en términos humanos dicho progreso; la enseñanza del Buda es vista, por cierto, como un camino de reconciliación con la existencia toda tal como es de verdad más allá de nuestra limitada y prejuiciada vivencia habitual de la misma.
Los diez grillos (samyoyana) que nos circunscriben a Samsara son: 1) creer que uno es un yo aparte de otros, 2) dudar que sea posible o valga la pena vivir una vida buena, 3) el apego a ritos y ceremonias, 4) la preferencia por determinadas cosas, 5) la antipatía contra determinadas cosas, 6) el apego a la vida terrenal, 7) el anhelo de un más allá, 8) la vanidad, 9) la intolerancia, y 10) los últimos vestigios de nuestra ignorancia.
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